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miércoles, 10 de septiembre de 2014

La decisión y la duda

Esta entrada no me la debéis a mí sino a una buena amiga y desde hoy colaboradora, que prefiere quedar en el anonimato. Desde ahora la llamaré Claro de Luna.

Quiero agradecer su escrito y animarla a seguir colaborando en la sección que ella prefiera y decida.




Todos sabemos qué son las decisiones,  las tomamos a diario y desde muy temprana edad.  Creo que eso es lo que se conoce como "libre albedrío".

Las decisiones sirven para que en diferentes momentos de nuestra vida, y yo diría que casi continuamente, elijamos entre las diferentes  opciones que se presentan ante nuestros ojos con el fin de satisfacer nuestros deseos, mejorar nuestro status, o crecer como ser humano.

Algunas son sencillas, por ejemplo, decido si para el desayuno tomo magdalenas en lugar de pan tostado. O esta otra,  prefiero llevar pantalón vaquero a traje y corbata. Pero otras veces no son tan simples, ya que tienen un impacto en nuestra vida mucho mayor que las anteriormente mencionadas.


 Las razones que nos llevan a tomar cada una de nuestras decisiones son personales o, mejor dicho, deberían ser personales. En muchas ocasiones esas decisiones están fundamentadas en estímulos externos que nos condicionan como si fuésemos el famoso perro de Pavlov. Pero en las decisiones banales nunca damos importancia  a esos pequeños condicionantes. ¿Qué importancia podrían tener?

Sin embargo en cuanto las decisiones se tornan importantes o incluso vitales, esos pequeños detalles cobran una relevancia mayor. Es entonces cuando una vez tomada una determinación surgen las tan temidas dudas. ¿He hecho lo correcto? ¿Seguro que esta es la decisión adecuada? ¿Me estoy equivocando?

Dudar es humano, yo diría que incluso sano. Sin la duda el ser humano no hubiese evolucionado. Nuestra capacidad de preguntarnos y pensar fuera de lo establecido junto con la curiosidad es lo que, de forma generalizada,  hace que la sociedad avance.

Sin embargo, a veces surgen las dudas que, más que ayudarnos, nos atenazan, nos paralizan y no nos dejan pensar más allá. Esas dudas son las que nos inundan, no sólo de miedo, sino de pánico y son las que no nos dejan  avanzar y crecer como persona. Son estas dudas las que debemos evitar a toda costa.

Quiero creer que cuando  la mayor parte de la gente toma una decisión, sus intenciones son las mejores, que ha tenido en cuenta las consecuencias a corto, medio y largo plazo  y que el objetivo de dicha elección no es otro que la mejora. Todo ello dentro de sus posibilidades. Así pues, ¿Por qué atormentarse?

Y, si bien es cierto que algunas decisiones son difíciles de deshacer, la mayor parte de las veces son nuestros propios miedos  los que nos impiden actuar. Es seguro que cualquier decisión nos llevará a otra encrucijada y ahí tendremos la oportunidad de volver a decidir si deshacemos, modificamos o tomamos cualquier otro camino.

¡Ojalá siempre decidiéramos correctamente! Pero el juego de la vida se construye paso a paso y nadie conoce las respuestas de antemano. Es verdad que la experiencia ayuda pero, ¿Quién dice que no podemos consultar a personas de nuestra confianza, sopesar los pro y los contra, y al final decidir nosotros?

Siempre es mejor actuar habiendo sopesado nuestras opciones que quedarse parado esperando que el tiempo lo arregle todo.

Claro de Luna

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