Hubo un tiempo en que la noche de Halloween no era la noche
de Halloween. No había disfraces, no había macro-fiestas (ni tan siquiera
fiestas), no había niños recorriendo las casas del vecindario reclamando
golosinas, no había calabazas en las ventanas que lucieran como monstruos, no
había nada ...tan sólo frío, soledad y recuerdos.
Nadie como Juan Ramón Jiménez para describir las sensaciones
de esa noche cuando lo hizo en su poema "Viento negro, luna blanca",
del que extraigo esta estrofa:
Faroles, flores, coronas
—¡campanas que están doblando!—
...Viento largo, luna grande,
noche de Todos los Santos.
Como contraposición al Halloween de los niños y jóvenes de
hoy resulta curioso
ver los reportajes que echan en las televisiones acerca de la visita a los cementerios. Sí, los cementerios, esos sitios olvidados a los cuales sólo recurrimos cuando ha habido una desgracia o, quizá también, el día de Todos los Santos.
ver los reportajes que echan en las televisiones acerca de la visita a los cementerios. Sí, los cementerios, esos sitios olvidados a los cuales sólo recurrimos cuando ha habido una desgracia o, quizá también, el día de Todos los Santos.
Enseguida sabréis por qué digo "quizá". ¿Se ven niños? ¿Se ven jóvenes? ¿Se ven acaso personas
que acaban de dejar su juventud? Muy pocas. Parece como si sólo interesara a los que, de un modo u otro y por razones
naturales, saben que son los siguientes. Más curioso es incluso cuando le
preguntan a alguno de ellos la razón para estar allí, y los más sinceros
contestan que "Al menos una vez al año hay que recordar a los
nuestros". ¡Una vez al año!
Efectivamente, ese día los cementerios se llenan de personas
que ya peinan canas desde hace bastante tiempo, se les ve con sus ramos de flores,
hablando entre ellos, casi con cierta algarabía, sin rezar, sin el silencio y
el recogimiento que impera cada día, cada hora en estos lugares. El silencio, el
sosiego, la paz... me pregunto si hay algo más relajante que el ambiente de un
cementerio. Sólo se percibe el ruido del
viento por entre las tumbas, salvo que haya un entierro. Entonces ese silencio
es roto por el ruido del movimiento convulso de una lápida al cerrar la tumba
(sonido que no se olvida nunca) o por las palabras del sacerdote al decir el
último adiós.
Antes de seguir con mi reflexión, quiero llamar la atención
sobre el hecho de que si el día 1 es el día de Todos los Santos, el día 2 es de
día de Todos los Difuntos. Desconozco la historia por la que se decidió celebrar
el día 1 en lugar del 2, pero de lo que estoy seguro es de que los que ya no
están con nosotros, y queremos recordar,
son difuntos, sólo con un poco de suerte serán "santos". En
fin, obviamente todos queremos pensar
que nuestros antepasados son santos además de difuntos.
Siguiendo con mi disquisición, cuando yo era niño recuerdo
que todos los años iba con mi abuela al cementerio por estas fechas . No era el
día 1, de eso estoy seguro, pues si había algo que mi abuela odiara especialmente
eran las aglomeraciones. Había que limpiar y adornar nuestras tumbas, nada
ostentoso, pero sí correcto y formal. A mí no me gustaba, pero la acompañaba.
No me gustaba por varias razones. Una era que había que ir y volver andando, y
la distancia no era corta, aparte de la empinada cuesta que había que superar hasta
llegar a las puertas del recinto. Otra era que me aburría sobremanera.
Es cierto, cuando eres niño la palabra muerte no tiene mayor
significado, el concepto de que somos seres efímeros no lo hemos captado, y el
pensar que cuando nos vayamos causaremos dolor a nuestros seres queridos no
entra en nuestras cabezas, ya que aún están en proceso de formación. Por eso, y
por el hecho de no tener ninguna ocupación, me asaltaba el aburrimiento,
sentimiento que ahora se torna en añoranza.
Dicen que hay calentamiento global, puede ser, pero me
acuerdo de que los días que acudía con
mi abuela al cementerio eran como los de
ahora, días soleados de otoño, en los que resultaba especialmente agradable
sentir el sol en la piel si temor a quemarse y ese olor tan especial que suelen
tener todos los cementerios.
Las horas transcurrían lentas, no había nadie excepto
nosotros. Mientras mi abuela se afanaba en la tarea de limpieza y adorno, yo me
entretenía cogiendo piñas de los cipreses, escogiendo las más grandes y prietas,
hasta que me cansaba y volvía con ella. Entonces me contaba historias de los
que allí estaban enterrados. Historias que casi he olvidado y que ahora me
arrepiento de no haberlas escuchado con más atención, pues hay algo en mí
escondido que pertenece a esas personas de las que me hablaba mi abuela.
Puede que ahora sea mejor recordar a nuestros difuntos
marchándonos de fiesta, puede que los niños disfruten más recolectando chuches
por las casas, pero tengo la sensación de que les estamos robando sus
recuerdos, les estamos impidiendo tener los sentimientos que tengo yo ahora al recordar los días pasados
con mi abuela en el cementerio, cuando me contaba nuestra historia.
Una fiesta es igual a otra fiesta, una chuche es igual a
otra cuche, y aunque dicen que es mejor reír de lo que tenemos miedo, pienso
que se crea un vacío cuando corremos el riesgo de perder nuestros más íntimos recuerdos.
Carletto
Yo también añoro esos tiempos, Carletto. Resulta que mi cumpleaños es el día 3 y desde siempre asocio los otoños suaves y los viajes al cementerio (también un par de días antes) para visitar a mi abuela materna que murió cuando yo tenía ocho años. Será porque mi cumpleaños estaba cerca o porque me gusta la meláncolía propia de esta estación y también de los camposantos por lo que siempre le tuve cariño a la fecha. Aún hoy en día sigo acompañando a mi madre, será porque tampoco soy ya joven, es más una costumbre adquirida y que no quiero perder que una verdadera necesidad. ¿Pero es necesario disfrazarse y tirarse a la calle solo porque todos lo hacen? En fin, que tú lo has expresado mucho mejor que yo y que me ha gustado mucho la entrada.
ResponderEliminarComo tu sueles decir, gracias por pasarte por aquí.
EliminarA mí me ha quedado la costumbre de ir cuando no hay apenas gente. Pasear sin prisas y leer los epitafios, ver la dimensión de la vida de los que ya no están, imaginar cómo eran, qué sueños tenían... Claro que nadie piense que es mi pasión, lo hago muy de tarde en tarde y, a veces, cuando visito una pequeña iglesia que aún conserva su pequeño cementerio a su lado.
No soy tan raro como en aquel verso del poeta:
"Me agrada un cementerio,
de muertos bien relleno,
manando sangre y cielo
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar."
Expresión máxima del período romántico español.
Por cierto: Felicidades con un poco de retraso :-)
y prometo que la próxima vez será más festiva la reseña.
Ciao,
Carletto