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jueves, 21 de abril de 2016

El colchonero



Han pasado ¿Cuántos años? ocho, diez, quizás más. La espalda cruje y se resiente cada día a la hora de levantarse. Haces la cama y notas que el perfil de la misma se parece más al casco de un barco que a la superficie plana que recuerdas cuando compraste el colchón. Tienes un nuevo problema puesto que, sin lugar a dudas, hay que renovar el mismo; y eso no es esa una tarea fácil.

¿Conviene comprar uno duro, uno blando, de muelles, de espuma, de... ? Cuando vas a una tienda, ya sea especializada en una marca o bien multimarca, encuentras decenas de modelos, texturas, anchos, largos, materiales etc.etc. etc.

Claro que intentan ponértelo fácil... "Acuéstese un rato y elija el que le resulte más cómodo". Y ahí vas tú, que llevas no sé cuántos Km. recorridos a tus espaldas  y  todos te parecen ideales para el descanso diario.  La decisión no es baladí, no en vano nos pasamos un tercio de nuestra vida (algunos más) metidos en lo que los castizos llaman "el sobre", y lo malo es que cuando el objeto de deseo está en nuestro dormitorio y lo padeces noche tras noche, ya no hay marcha atrás.

Recuerdo otros tiempos en los que lo común era dormir en colchones de lana (borra se llamaba), y os puedo asegurar que era una delicia meterse en algo que se adapta perfectamente a tu cuerpo, que te da calor en las frías noches de invierno (en verano era otra cosa) y, lo más importante, eran eternos o al menos a mí me lo parecía. Claro que había algún que otro inconveniente, y éste no era sino el momento de hacer la cama cada mañana, ya que había que quitar toda la ropa (no había bajeras ajustables), remover y ahuecar el colchón y vuelta a poner toda la ropa en su sitio otra vez (os puedo asegurar que llevaba su trabajo).

Lo que me resultaba tremendamente excitante era la llegada del colchonero a casa para hacer el mantenimiento de los colchones. Recuerdo que era un hombre alto, fuerte, con pelo cano que raleaba en las sienes, entrado en años, con gesto serio y rudo, poco hablador, pero buen conocedor de su oficio.

La tarea comenzaba sacando toda la lana, se esparcía por el suelo y se vareaba con un  palo fino y flexible que llevaba al efecto, y que manejaba con soltura y destreza. Me imagino (pues no me dieron detalles de toda esta operación), que el objeto de dar de palos a la lana, era el de airearla y el de hacerla más ligera. Una vez hecho esto, se volvía a rellenar la tela que hace de revestimiento y que, en aquella época, solía tener franjas longitudinales de diversos colores (quizá por eso hay un club de fútbol al que se le denomina "colchonero"). Obviamente la tela había sido lavada, o bien se usaba otra totalmente nueva y confeccionada a tal efecto.

Una vez rellena la tela, y cosido el extremo por el cual se había rellenado el colchón,  venía la labor menos cansada.  En puntos estratégicos a lo largo y ancho de la tela había unos ojales, y el colchonero, provisto de una aguja de notables proporciones, pasaba de un lado a otro una cinta por cada uno de los ojales, de dos en dos, para luego atarla sobre sí misma con un precioso lazo. Me imagino (otra vez), que esto se hacía para contener de alguna manera la lana en compartimentos que, sin ser estancos, procuraban que ésta estuviera uniformemente repartida por todo el colchón. Y digo que esta labor era la menos cansada, porque se hacía sentado en suelo y yo podía ver  la cara del colchonero bastante más relajada que en las labores anteriores.

Por fin, allí estaba el colchón, ocupando buena parte del suelo, radiante como una nube de algodón de muchos colores, redondeado miraras por donde lo miraras, y diciendo "aquí te espero" , claro que no me dejaban saltar sobre el mismo, ni entonces ni una vez puesto sobre la cama.

No creo que queden colchones de lana ni, por supuesto, colchoneros. ¡Ah, otra cosa que pasa al olvido!  Dentro de poco sólo se podrá encontrar referencia de este oficio y de este tipo de colchones en los libros, pues las generaciones que lo conocieron también habrán agotado su tiempo.

En fin, cuando compre el nuevo  me acordaré de mi viejo colchón de lana, y espero que esta vez no me equivoque al elegirlo.

Carletto