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viernes, 14 de junio de 2013

Pipo y Pipa

Cuando escribo algunas de las entradas de este blog, siento cómo el síndrome del abuelo cebolleta se va apoderando de mí.

Con este comienzo tan nostálgico se deduce fácilmente que voy a contar una de mis batallas de antaño...



Cuando era niño, no existía la televisión, ni los vídeo juegos, ni Internet, ni por supuesto los móviles, si me apuráis casi diría que ni el teléfono fijo, pues en mi casa no llegó hasta bien entrada mi pubertad. Apenas teníamos la radio con sus célebres radio-novelas (de las que no entendía ni papa) o el famoso programa de Matilde, Perico y Periquín (obviamente, famoso en su época). Es decir, no había mucho donde escoger y los abuelos, que muchas veces vivían bajo el mismo techo familiar, tenían la no fácil tarea de entretener a los más pequeños de la casa, contándoles mil y un cuentos que despertaban su curiosidad y su fantasía. A veces me los recuerdan los payasos y animadores que se encuentran en los centros comerciales o en los cumpleaños de los niños más afortunados, siempre rodeados de una multitud de críos con la mirada expectante sin siquiera adivinar lo que va a pasar a continuación.

En mi caso, me acuerdo que vivía con nosotros un tío abuelo, ya viudo y por supuesto jubilado, que dedicó no pocas horas de sus tiempo a pasarlas conmigo, contándome historias maravillosas, o al menos, así me lo parecían a mí que siempre fui proclive a imaginarme mucho más de lo que realmente me estaba contando.

Ahora que lo pienso, creo que la mayoría de las historias que me contaba se las debía de inventar, y dada mi insaciable curiosidad creo que más de una vez le puse en un aprieto al pedirle otra y otra. Él, con paciencia y mucho cariño, me prestaba toda la atención de la que era capaz, contándome muchas aventuras de Tarzán, pero sobre todo de unos personajes de los que nunca he vuelto a oír hablar, Pipo y Pipa (un niño y su perra) que se metían en todos los líos imaginables.

De lo que no hay duda es que dejó una honda huella en mí, pues aún y ahora me viene a la mente el recuerdo de algunas de esas historias, pero sobre todo de las tardes pasadas en su compañía y de la relación tan especial que hubo entre nosotros dos.

Carletto

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