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viernes, 31 de enero de 2014

Los Campos de Don Gregorio

Hace poco me preguntaron cómo había aprendido a jugar al tenis. Espero que la duda de mi interlocutor no se debiera a mi torpeza para desarrollar este deporte.

Traigo a colación este tema porque la pregunta me hizo volar muchos años atrás cuando empecé a practicarlo. Lo que voy a contar, si lo comparamos con el momento actual, es decir, a cómo los chavales se inician hoy en cualquier deporte, va a parecer de risa.

Mi intención al escribir estas líneas no es llegar a la conclusión fácil de "Cualquier tiempo pasado fue mejor" o, por el contrario "Actualmente se vive mucho mejor". Simplemente voy a relatar los hechos tal y como los recuerdo, y partiendo de la base que cada momento tiene su gracia y lo que importa es haberlo vivido y disfrutado.

Estoy hablando de los tiempos en los que Santana saltó a la pantalla en blanco y negro de nuestras televisiones para emocionarnos con su juego y sus victorias. Claro que el tenis de entonces difiere mucho del que se practica ahora. Las raquetas eran de madera y se buscaba mucho más la colocación de la pelota y el juego preciosista que la potencia, al menos así me lo parecía a mí. Si por casualidad se visiona un vídeo de aquellos partidos, parece como si la pelota fuera a cámara lenta. Muy distinto del espectáculo que nos ofrecen los tenistas de élite de hoy en día.

En definitiva, Santana trajo la afición por el tenis a este país, y muchos chavales, entre ellos yo, nos animamos a practicarlo. Claro que donde yo vivía había sólo una pista de tenis, además era privada, y otra cuyo alquiler resultaba prohibitivo para unos chavales como nosotros. Ya ni hablo de posibles clases con un monitor, de hecho la palabra monitor no figuraba en nuestro diccionario.

Esto no nos amilanó y, como suele suceder cuando alguien se ilusiona por algo, nos buscamos las vueltas para encontrar la forma de practicarlo. A las afueras de la ciudad existían (ahora ya está todo urbanizado) unos campos que se usaban principálmente como canchas de fútbol, "Los campos de Don Gregorio". Algún día investigaré la razón del nombre, pero en aquellos momentos lo que menos nos importaba era el origen de dicha denominación. Eran terrenos de tierra compactada, más o menos llanos y de forma rectangular. Se jugaba al fútbol no porque hubiese porterías ni nada similar, sino porque las dimensiones eran adecuadas para la práctica de dicho deporte, claro que si te caías significaba irremediablemente una herida.

No me acuerdo bien quién tuvo la iniciativa, pero el hecho fue que fabricamos algo parecido a una red. Tenía dos palos en los extremos, una redecilla de plástico de color verde que parecía más para cazar pájaros que para jugar al tenis, unos vientos para sujetar y tensar todo el artilugio, y luego unas piedras para apoyar los palos y lograr la altura deseada. Aunque medíamos la altura para que se ajustara a los cánones exigidos, aquello tenía la gracia de lo artesano y estoy seguro de que no conseguimos nunca acertar con las medidas estándar. !Habría sido un milagro¡

Las líneas que delimitaban la pista, así como las zonas de saque, no estaban pintadas. Hicimos unos surcos en la  tierra lo suficientemente profundos para que se vieran bien, pero no tanto como para que fuera peligroso. Las irregularidades del terreno la sufríamos cuando jugábamos, pero contra esto no podíamos hacer nada, o al menos no se nos ocurrió.

Solíamos jugar en verano o los fines de semana, recuerdo que era toda una excursión. Por supuesto iba andando y tardaba aproximádamente una hora en llegar, luego había que montar la red, repasar las líneas y poco más. Después ya podíamos empezar a jugar. Lo peor era la vuelta, porque la ilusión te da alas cuando vas a jugar, pero el retorno se hacía francamente duro.

Y estos fueron mis comienzos en noble deporte del tenis. Afortunádamente, con el tiempo, las pistas nacieron como setas por todas parte, así como los clubes y los monitores, por no hablar de las escuelas especializadas con objetivos de alta competición. Ahora parece todo mucho más fácil, aunque no estoy seguro de que sea así.

Valga esta anécdota para ilustrar el hecho de que cuando queremos una cosa, es difícil encontrar obstáculo que no seamos capaces de salvar.

Después de escribir esta entrada en mi blog, me ha llegado una frase del escritor y profesor Joseph Campbell que refuerza la idea que he intentado transimitir. La frase (según traducción libre) es la siguiente:

"Cuando persigues tus sueños más felices, se abren puertas allá donde no había sino muros"

Carletto


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