A veces me pregunto si soy capaz de reconocer lo que es
importante, lo que es bueno, lo que es bello o lo que realmente merece la pena.
Nunca he encontrado solución a este dilema salvo que todo depende del momento que
cada uno esté viviendo, o de su entorno cultural, o de unos intereses que se
han ido forjando día a día a través de las experiencias y enseñanzas que cada uno
haya podido tener a lo largo de su vida.
Usaré algunos ejemplos de nuestro día a día y que únicamente pretenden dar un poco
de luz al enunciado que acabo de exponer.
Empecemos con el vestir.
Más de una vez hemos visto en
verano, y con un calor de justicia, a personas que van con sandalias, ¡Pero que además llevan calcetines! Esto para un país como el nuestro es casi un
sacrilegio, incluso se podría interpretar como un síntoma de poca higiene. Sin
embargo, yo he tenido la ocasión de intimar con personas extranjeras, y en su
país, la valoración es totalmente contraria, es decir, el no llevar calcetines
es una señal inequívoca de falta de educación y de higiene. Curioso ¿No es así?
Algo similar pasa con las medias de las mujeres en verano,
mientras que en España es normal no llevarlas, en países, por ejemplo Argentina,
es inaudito ver que una mujer formal no las lleve.
En estos casos, la cultura toma un papel determinante, pues estamos condicionados por la misma para tirar de calcetines y medias o no.
Voy a hablar ahora un poco de las parejas. Si nos hicieran
la pregunta de si preferimos una persona ordenada a una desordenada, creo que
la respuesta mayoritaria sería que preferimos el orden. El problema surge
porque la pregunta, aunque parece clara y meridiana, no puede ser más confusa y
da lugar a que, para dar la respuesta, cada interlocutor ponga mucho de su
cosecha. Sin ir más lejos, conocí a una chica que llevaba a tal extremo el
orden que no podía soportar el que los armarios de la cocina no estuvieran
perfectamente ordenados, es decir, cada cosa tenía su espacio y había un espacio
para cada cosa. Vasos ordenados por tamaños y perfectamente alineados, lo mismo
para cacerolas, cubiertos, etc. etc. etc. Cualquier pequeña variación le
producía tal desazón que la llevaba a sentirse francamente mal.
Puedo asegurar que ese tipo de comportamientos, llevados al
extremo, son causa de no pocas discusiones en la pareja, y lo más curioso es que
a ninguno se le puede dar la razón porque uno es feliz en un mayor o menor caos, y el otro necesita el más absoluto orden. ¿Cómo solucionar este conflicto? Lo siento pero, en los casos de esta magnitud, no
veo la solución.
Lo más curioso es que pretendemos conocer a nuestras
parejas, y no dudo de que sea así en los temas trascendentes, pero ¿Qué pasa
con los triviales? ¿Cómo soportar que cada vez que te vas a la lavar los
dientes veas el tubo apretado por cualquier parte y no por la parte más alejada
de la boca del mismo? Cosa que no puede ser más lógica No creo que muchas parejas se hayan planteado esto antes
de irse a vivir juntos, pero es un acto tan cotidiano que se repite varias
veces al día y ¡Todos los días! y si te disgusta, te provocará un enfado sin fín. Afortunádamente esto tiene una solución sencilla,
se opta, como es mi caso, porque cada uno tenga su propio tubo.
Por último y para no hacer esto demasiado largo, os propongo
pensar en algo tan bonito como la música. Hay un tema menor para su compositor,
Beethoven, pero que resulta francamente agradable al oído. Me refiero al
opúsculo "Para Elisa".
Hay cierta literatura
que adorna este tema y, aunque suponga desviarme un poco de la línea de este
artículo, os diré que originalmente se llamó "Para Therese" una joven
alumna de Beethoven de la cual estaba enamorado, y al pobre le dieron calabazas
cuando se declaró (al menos eso dice la leyenda).
Pues bien, algo tan bonito y agradable se puede volver
odioso y aborrecible simplemente si tenéis un vecino estudiando piano y que se
pasa cuatro horas al día aporreándolo intentando tocar este tema. Os
aseguro que cuando se oyen sus acordes en otro ambiente, la mente los relaciona con un hecho
desagradable y nunca más su escucha resulta placentera.
No quiero extenderme más pero, si tengo que concluir algo diré que en cualquier orden de la vida
no siempre lo que parece bueno o malo, bonito o feo, importante o trivial en
realidad lo es. Todo es relativo y depende del punto de vista de cada uno, de nuestra cultura, de nuestra ideología y de
la cantidad de variables que queramos incluir en esta difícil ecuación que es la vida.
Buena suerte,
Carletto
Yo soy un ejemplo de haber mareado a mis vecinos ensayando y ensayando al piano la «Paralisa», como creía que se decía entonces.
ResponderEliminar¡Vaya! Espero que tuvieras vecinos comprensivos (jajajaja!)
ResponderEliminarGracias por tus palabras.
Carletto