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miércoles, 16 de julio de 2014

Para Elisa



A veces me pregunto si soy capaz de reconocer lo que es importante, lo que es bueno, lo que es bello o lo que realmente merece la pena. Nunca he encontrado solución a este dilema salvo que todo depende del momento que cada uno esté viviendo, o de su entorno cultural, o de unos intereses que se han ido forjando día a día a través de las experiencias y enseñanzas que cada uno haya podido tener a lo largo de su vida.

Usaré algunos ejemplos de nuestro día a día y que únicamente pretenden dar un poco de luz al enunciado que acabo de exponer.

Empecemos con el vestir.
Más de una vez hemos visto en verano, y con un calor de justicia, a personas que van con sandalias, ¡Pero que además llevan calcetines! Esto para un país como el nuestro es casi un sacrilegio, incluso se podría interpretar como un síntoma de poca higiene. Sin embargo, yo he tenido la ocasión de intimar con personas extranjeras, y en su país, la valoración es totalmente contraria, es decir, el no llevar calcetines es una señal inequívoca de falta de educación y de higiene. Curioso ¿No es así?
Algo similar pasa con las medias de las mujeres en verano, mientras que en España es normal no llevarlas, en países, por ejemplo Argentina, es inaudito ver que una mujer formal no las lleve. 
En estos casos, la cultura toma un papel determinante, pues estamos condicionados por la misma para tirar de calcetines y medias o no.

Voy a hablar ahora un poco de las parejas. Si nos hicieran la pregunta de si preferimos una persona ordenada a una desordenada, creo que la respuesta mayoritaria sería que preferimos el orden. El problema surge porque la pregunta, aunque parece clara y meridiana, no puede ser más confusa y da lugar a que, para dar la respuesta, cada interlocutor ponga mucho de su cosecha. Sin ir más lejos, conocí a una chica que llevaba a tal extremo el orden que no podía soportar el que los armarios de la cocina no estuvieran perfectamente ordenados, es decir, cada cosa tenía su espacio y había un espacio para cada cosa. Vasos ordenados por tamaños y perfectamente alineados, lo mismo para cacerolas, cubiertos, etc. etc. etc. Cualquier pequeña variación le producía tal desazón que la llevaba a sentirse francamente mal.

Puedo asegurar que ese tipo de comportamientos, llevados al extremo, son causa de no pocas discusiones en la pareja, y lo más curioso es que a ninguno se le puede dar la razón porque uno es feliz en un mayor o menor caos, y el otro necesita el más absoluto orden. ¿Cómo solucionar este conflicto? Lo siento pero, en los casos de esta magnitud, no veo la solución.

Lo más curioso es que pretendemos conocer a nuestras parejas, y no dudo de que sea así en los temas trascendentes, pero ¿Qué pasa con los triviales? ¿Cómo soportar que cada vez que te vas a la lavar los dientes veas el tubo apretado por cualquier parte y no por la parte más alejada de la boca del mismo? Cosa que no puede ser más lógica  No creo que muchas parejas se hayan planteado esto antes de irse a vivir juntos, pero es un acto tan cotidiano que se repite varias veces al día y ¡Todos los días! y si te disgusta, te provocará un enfado sin fín.  Afortunádamente esto tiene una solución sencilla, se opta, como es mi caso, porque cada uno tenga su propio tubo.

Por último y para no hacer esto demasiado largo, os propongo pensar en algo tan bonito como la música. Hay un tema menor para su compositor, Beethoven, pero que resulta francamente agradable al oído. Me refiero al opúsculo "Para Elisa".
 Hay cierta literatura que adorna este tema y, aunque suponga desviarme un poco de la línea de este artículo, os diré que originalmente se llamó "Para Therese" una joven alumna de Beethoven de la cual estaba enamorado, y al pobre le dieron calabazas cuando se declaró (al menos eso dice la leyenda).

Pues bien, algo tan bonito y agradable se puede volver odioso y aborrecible simplemente si tenéis un vecino estudiando piano y que se pasa cuatro horas al día aporreándolo intentando tocar este tema. Os aseguro que cuando se oyen sus acordes en otro ambiente, la mente los relaciona con un hecho desagradable y nunca más su escucha resulta placentera.

No quiero extenderme más pero, si tengo que concluir algo diré que en cualquier orden de la vida no siempre lo que parece bueno o malo, bonito o feo, importante o trivial en realidad lo es. Todo es relativo y depende del punto de vista de cada uno, de nuestra cultura, de nuestra ideología y de la cantidad de variables que queramos incluir en esta difícil ecuación que es la vida.

Buena suerte,
Carletto

2 comentarios:

  1. Yo soy un ejemplo de haber mareado a mis vecinos ensayando y ensayando al piano la «Paralisa», como creía que se decía entonces.

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  2. ¡Vaya! Espero que tuvieras vecinos comprensivos (jajajaja!)

    Gracias por tus palabras.
    Carletto

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