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miércoles, 11 de febrero de 2015

El flequillo



Cada vez es más frecuente ver por las ciudades y pueblos de España museos o exposiciones temporales que tratan de reflejar nuestra historia reciente. Se nutren de  enseres y utensilios del pueblo más sencillo. Los llaman museos etnográficos. Allí se juntan aperos de labranza, garlopas, cedazos, lamparillas de aceite... y un sinfín de cosas más; objetos dispares y que a la vez forman un todo, cosas que fueron de uso diario en la España de nuestros antepasados.

A veces, bien sea de forma temporal o permanente, nos encontramos con una serie de fotografías personales que los lugareños han donado para ser expuestas en el museo. Puede que esas fotografías muestren el pueblo cuando nada más que había un par de calles, la iglesia y poco más, pero las más se refieren a fotos familiares. Fotos de la España en blanco y negro, de aquella en la que la fotografía o el cine (aún no había televisión) no conocían el color, de aquella en la que la vestimenta de los lugareños era predominantemente negra, sobre todo por el luto de sus mujeres.


A decir verdad las fotografías expuestas son muy similares unas a las otras,  pues sólo se hacían fotos en ocasiones especiales, casi diría que sólo en las bodas; y no se tiraban cientos sino sólo unas pocas, principalmente porque cada foto tenía un coste y éste no era precisamente bajo. Los materiales fotográficos, desde la cámara hasta el papel, pasando por focos, el material químico etc. no eran precisamente baratos, se podría asegurar sin temor a equivocarse que hacerse una foto era un artículo de lujo.Sin contar con que tampoco había muchos fotógrafos profesionales. Si lee esto algún adolescente que cada día hace decenas de fotos no creo que llegue a creérselo.

Siempre que veo esas fotos me pregunto qué habrá sido de los protagonistas, o mejor dicho, qué les deparó la vida, pues probablemente ya no se encuentren con nosotros. Aquellas gentes sencillas, con ropas de domingo, aquella joven con su vestido de novia (heredado de su madre), un sucinto ramo en las manos, su velo...Probablemente encontraría que fue mucho trabajo, algunas alegrías y no pocos apuros.

El retrato que ilustra este artículo muestra una instantánea de un niño. Inequívocamente se ve que es una foto antigua, yo diría que de mediados del siglo pasado. La pista no es otra que el peinado, pues el dibujo no nos muestra mucho de la ropa que lleva puesta. Si tuviéramos a mano un puñado de fotografías de niños de esa época veríamos que predominaban dos tipos de peinado. Uno era el más formal, el de raya al lado izquierdo, y con tupé medio engominado para despejar la frente y mostrar así totalmente la cara. El otro, el del pilluelo del retrato, hacia delante con un pequeño flequillo cortado casi a ras. En ambos las sienes y el cogote estaban casi rapados. Era la estética del momento. Luego cambió y los niños casi no pasaban por el barbero (como se llamaba antaño), ahora creo que hay un poco de todo.

Hoy no voy a insistir mucho en la rapidez con la que han cambiado la vida, los usos y las costumbres, tan sólo me pregunto qué habrá sido de este niño. De lo que no cabe duda es de que seguiré disfrutando de esas fotografías en blanco y negro que tantos recuerdos me evocan.

Carletto

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