Cada vez es más frecuente ver por las ciudades y pueblos de
España museos o exposiciones temporales que tratan de reflejar nuestra historia
reciente. Se nutren de enseres y
utensilios del pueblo más sencillo. Los llaman museos etnográficos. Allí se
juntan aperos de labranza, garlopas, cedazos, lamparillas de aceite... y un
sinfín de cosas más; objetos dispares y que a la vez forman un todo, cosas que
fueron de uso diario en la España de nuestros antepasados.
A veces, bien sea de forma temporal o permanente, nos
encontramos con una serie de fotografías personales que los lugareños han donado para ser
expuestas en el museo. Puede que esas fotografías muestren el pueblo cuando
nada más que había un par de calles, la iglesia y poco más, pero las más se
refieren a fotos familiares. Fotos de la España en blanco y negro, de aquella en la que la fotografía o
el cine (aún no había televisión) no conocían el color, de aquella en la que la vestimenta
de los lugareños era predominantemente negra, sobre todo por el luto de sus
mujeres.
A decir verdad las fotografías expuestas son muy similares unas a las
otras, pues sólo se hacían fotos en
ocasiones especiales, casi diría que sólo en las bodas; y no se tiraban cientos
sino sólo unas pocas, principalmente porque cada foto tenía un coste y éste no
era precisamente bajo. Los materiales fotográficos, desde la cámara hasta el
papel, pasando por focos, el material químico etc. no eran precisamente baratos,
se podría asegurar sin temor a equivocarse que hacerse una foto era un artículo
de lujo.Sin contar con que tampoco había muchos fotógrafos profesionales. Si lee esto algún adolescente que cada día hace decenas de fotos no creo que llegue a creérselo.
Siempre que veo esas fotos me pregunto qué habrá sido de los
protagonistas, o mejor dicho, qué les deparó la vida, pues probablemente ya no se
encuentren con nosotros. Aquellas gentes sencillas, con ropas de domingo,
aquella joven con su vestido de novia (heredado de su madre), un sucinto ramo en las manos, su velo...Probablemente encontraría que fue mucho trabajo, algunas alegrías y no pocos apuros.
El retrato que ilustra este artículo muestra una instantánea
de un niño. Inequívocamente se ve que es una foto antigua, yo diría que de
mediados del siglo pasado. La pista no es otra que el peinado, pues el dibujo
no nos muestra mucho de la ropa que lleva puesta. Si tuviéramos a mano un
puñado de fotografías de niños de esa época veríamos que predominaban dos tipos
de peinado. Uno era el más formal, el de raya al lado izquierdo, y con tupé medio
engominado para despejar la frente y mostrar así totalmente la cara. El otro, el del pilluelo del
retrato, hacia delante con un pequeño flequillo cortado casi a ras. En ambos
las sienes y el cogote estaban casi rapados. Era la estética del momento. Luego cambió y los niños casi no pasaban por el barbero (como se llamaba antaño), ahora creo que hay un poco de todo.
Hoy no voy a insistir mucho en la rapidez con la que han cambiado la vida, los usos y las costumbres, tan sólo me pregunto qué habrá sido de este niño. De lo que no cabe duda es de que seguiré
disfrutando de esas fotografías en blanco y negro que tantos recuerdos me
evocan.
Carletto
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