Era amplio, luminoso, casi diría que ostentoso, miraba a la
plaza de forma altiva y sin ningún tipo de pudor. Yo observaba como, mientras los viejos vecinos casi lo habían
olvidado, los visitantes no
dejaban de admirar lo equilibrado de sus líneas, su decoración escueta y a la
vez elegante, los grandes cristales que daban luz y calor a la estancia
principal de la casa que guardaba; y se
preguntaban cómo habría llegado hasta allí, a la primera planta de una de las
tantas casas que se encuentran en cualquier ciudad castellana.
Sus formas clásicas presidían una pequeña plaza que tenía
forma irregular. Estaba hendida en su mitad por una calle que hacía aún más
imaginativo el juego de los niños, criaturas despeocupadas, que no percibían peligro alguno. Bien es verdad que,
en los tiempos a los que me refiero, raro era ver pasar un coche por dicha
plaza; la escasez de los mismos los
convertían en esa rara avis que sólo se veía en contadas ocasiones y en las
revistas. Y siempre el mirador estaba
atento y vigilante para que nada malo pudiera pasar.
¡Miradores! Ahora casi no se ven si no es en alguna antigua
construcción que haya sobrevivido al paso del tiempo. Claro que las costumbres
han cambiado y, ¿Quién tendría ahora tiempo y ganas de gastar las tardes en una
mesa camilla situada en el mirador del salón?
Mirador, yo te doy las gracias porque permitiste alegrar la
última etapa de su vida a una persona que gastaba sus días al calor de tus
cristales, viendo pasar la gente, imaginándose cómo sería su vida, qué
preocupaciones, qué alegrías, qué tristezas los embargaban. Llevo esa imagen en la mente, la de una
viejecita que saludaba cuando doblabas la esquina desde aquel majestuoso
mirador que todo lo veía.
Carletto
Es increible, que con solo unas palabras se pueda despertar tanta emoción.
ResponderEliminarMe has hecho recordar el pasado que tenia olvidado. Cuanto mas lo leo mas me gusta.