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jueves, 16 de mayo de 2013

El Mirador



Era amplio, luminoso, casi diría que ostentoso, miraba a la plaza de forma altiva y sin ningún tipo de pudor. Yo observaba como, mientras  los viejos vecinos casi lo habían olvidado,  los visitantes no dejaban de admirar lo equilibrado de sus líneas, su decoración escueta y a la vez elegante, los grandes cristales que daban luz y calor a la estancia principal de la casa que guardaba;  y se preguntaban cómo habría llegado hasta allí, a la primera planta de una de las tantas casas que se encuentran en cualquier ciudad castellana.


Sus formas clásicas presidían una pequeña plaza que tenía forma irregular. Estaba hendida en su mitad por una calle que hacía aún más imaginativo el juego de los niños, criaturas despeocupadas, que no  percibían peligro alguno. Bien es verdad que, en los tiempos a los que me refiero, raro era ver pasar un coche por dicha plaza; la escasez de los mismos  los convertían en esa rara avis que sólo se veía en contadas ocasiones y en las revistas.  Y siempre el mirador estaba atento y vigilante para que nada malo pudiera pasar.

¡Miradores! Ahora casi no se ven si no es en alguna antigua construcción que haya sobrevivido al paso del tiempo. Claro que las costumbres han cambiado y, ¿Quién tendría ahora tiempo y ganas de gastar las tardes en una mesa camilla situada en el mirador del salón?

Mirador, yo te doy las gracias porque permitiste alegrar la última etapa de su vida a una persona que gastaba sus días al calor de tus cristales, viendo pasar la gente, imaginándose cómo sería su vida, qué preocupaciones, qué alegrías, qué tristezas los embargaban.  Llevo esa imagen en la mente, la de una viejecita que saludaba cuando doblabas la esquina desde aquel majestuoso mirador que todo lo veía.

Carletto

1 comentario:

  1. Es increible, que con solo unas palabras se pueda despertar tanta emoción.
    Me has hecho recordar el pasado que tenia olvidado. Cuanto mas lo leo mas me gusta.

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