Dicen que una buena excursión no termina hasta que no se
escribe (o se lee) una buena crónica sobre la misma y que nos la recuerde
cuando, pasados unos años, la encontremos al rebuscar entre papeles viejos. La que teneis en vuestras manos no se si es buena
pero lo que os puedo asegurar es que está hecha con el corazón.
Así empieza...
La del alba sería cuando nuestros intrépidos ruteros….No,no,
y no! Me niego a empezar como comienza uno
de los pasajes del Quijote.
Empezaré de nuevo.
Hacía ya rato que las cinco de la tarde eran historia cuando
dimos por terminada nuestra excursión a Toledo pues en el horizonte ya se veían
las chimeneas de nuestras casas y el sol
languidecía a lo lejos. Bueno, hasta
aquí la versión para ansiosos, si tenéis
más tiempo y ganas, podeis seguir leyendo.
La hora prevista de
salida era las nueve y media de la mañana. No se preveían
problemas con el despertador pues la noche anterior había entrado en
funcionamiento el horario de invierno, por lo que habíamos podido dormir una
hora más. Así fue, todo el mundo
apareció en el punto de encuentro a la hora señalada, salvo un grupo que se
apuntó a última hora y que decidió ir de forma autónoma. Ajustamos los relojes
y acordamos vernos en la entrada a Toledo.
Los termómetros no subían de los cinco grados y un viento del
norte rebajaba aún más la sensación térmica. Sin embargo, hacía sol, no se
vislumbraba ni una nube en el horizonte y un manto de un azul intenso nos
envolvía desde lo alto.
Llegamos a Toledo un poco
antes de lo esperado. Sin apenas demora los dos grupos nos unimos para tomar un
primer café e iniciar lo que iba a ser una ruta por el Toledo mágico. Un paseo
que dejaba a un lado el Toledo más
monumental y conocido, pero que iba a hacer posible el adentrarnos en rincones
ignorados para el gran público, y sobre todo, en las historias y leyendas que
nos hablan de seres mágicos, de amores imposibles, de honor, de gallardía y,
por qué no, de algunos duelos a espada tan comunes en nuestro Siglo de Oro.
Éramos algunos menos de
los que hicimos la excursión a Cercedilla. Había tres Carlos, dos Anas, dos
Sofías, Mercedes, Gema, Ángela María, Beatriz, María y Carmen. A decir verdad
éramos un grupo muy variopinto, pero que
tenía un fin común, el descubrimiento de algo nuevo, mágico y sorprendente. No
importaba si ya habías estado en Toledo, seguro que el destino nos deparaba
alguna sorpresa. ¿Fue así? Ahora lo veremos.
Sin querer ser
exhaustivo, diré que empezamos la ruta por la puerta de Alfonso VI, que conquistó
esta plaza a los moros. La puerta
Bisagra, punto emblemático de entrada a la ciudad y, a pocos metros, casi
tocándola, la iglesia de Santiago del Arrabal, joya mudéjar pero que pasa
desapercibida para el visitante no avisado. A partir de ahí comenzaba la subida
por la calle del Cristo de la Luz, dejando la Puerta del Sol (en este caso sí
que hay puerta y no como en la ciudad de Madrid) a nuestra izquierda y haciendo
la primera parada en la mezquita que da nombre a la calle. No nos quedó más
remedio que aflojar 2,5 euros por cabeza, pues la vida está muy cara y hay que
sacar rendimiento a todo lo que se posee. En cualquier caso, creo que merece la
pena la visita, tanto por la mezquita en sí como por la maravillosa vista que, de
los arrabales de Toledo, se tiene desde el mirador de su recoleto jardín.
Vuelta a la calle hasta
la capillita de la Virgen de Alfileritos en la calle del mismo nombre. La subida había sido mucho más suave de lo que
yo recordaba, se ve que la memoria actúa como un velo que nubla todos los
recuerdos y hace que lo grande se torne pequeño y lo pequeño grande.
Como anécdota contaré
que, al ser un grupo medianamente numeroso y las calles tan estrechas, las
ocupábamos enteras cuando nos parábamos para comentar algún chascarrillo
relativo a lo que estábamos viendo. En eso estábamos cuando, de improviso, llega
una señora, ya mayor (incluso más que yo), y pide su derecho a la acera.
Incrédulo mire los escasos 30 centímetros de adoquines que fácilmente
diferenciados de los cantos rodados del resto del pavimento simulaban una
especie de acera para enanillos. No llegué a entender si de verdad le serviría
de alguna ayuda pero, en cualquier caso, dimos a la señora lo que tan cortésmente nos
había requerido y nos colocamos en otra posición que alteraba un poco menos el
transcurrir de los pocos viandantes que paseaban por aquella zona.
Como he dicho, se
aprovechaba cada rincón para contar antiguas leyendas. Historias verdaderas que
apenas se recogen en los libros pero que han pasado por tradición oral de
padres a hijos de los toledanos durante generaciones. Al final, doy una reseña
de las que se contaron. Sólo el título, de otra forma perderían toda su magia. Algunos turistas escuchaban atentos estas
historias e incluso demandaban donde podían contratar los servicios de la
persona que, con tanto detalle, contaba tales prodigios. Tarea baldía, el guía
estaba contratado para todo el día. Aprovechamos, no obstante, a uno de ellos para que nos hiciera una foto
general del grupo (no la adjunto porque aún no tengo copia).
Luego vinieron la Iglesia
de los Carmelitas Descalzos, algunos de ellos subidos al altar como mártires de
la guerra, los Cobertizos, Santo Domingo el Real, el rincón de Bécquer, el
barrio donde me crié, mi antigua casa, la iglesia donde me bautizaron, Santo
Domingo el Antiguo, la plaza de Padilla, San Román… Aquí me pararé un momento
pues se dieron dos curiosas circunstancias. Una que ya no estaba la piedra en
el suelo que indicaba que estábamos en el
punto más alto de la ciudad, y dos que la visita era gratuita!!! Es verdad que
sólo tienen reproducciones del tesoro visigótico encontrado en Guadamur (pueblo
cercano a Toledo); pero la iglesia,
antigua mequita, es una auténtica joya arquitectónica y que, incluso y a pesar
de contar con varios añadidos de épocas posteriores, tiene un encanto muy
especial. También pudimos subir a la torre y gozar de sus maravillosas vistas.
La pena fue no poder
visitar la iglesia de San Pedro Mártir, aneja a uno de los múltiples edificios
que, repartidos por la ciudad, albergan las facultades de la universidad de
Castilla la Mancha. En ella podríamos haber visto las dos estatuas orantes que
hay cercanas al altar mayor. La del IV duque de Fuensalida y de su mujer,
auténticas obras maestras en mármol blanco y que son protagonistas de una famosa leyenda de los tiempos de la ocupación francesa.
También fue una sorpresa
no poder entrar, sin pagar, a la iglesia de los jesuitas, San Juan, lugar de
culto que siempre había estado abierto al público, máxime un domingo. Cosas
veredes, amigo Sancho (que decía el clásico).
Como el hambre apretaba,
decidimos cambiar el plan previsto que era comer en un McDonald’s. Dicho y hecho, vimos un cartel que ofrecía un
menú de 9 euros en un local cercano, “La Flor de la esquina” y, en un abrir y cerrar
de ojos, nos encontrábamos sentados a la mesa. Fue una grata sorpresa descubrir, tanto las cuevas que servían de
comedores, como su comida. Como nadie es perfecto, mi opinión es que deben
mejorar la sincronización en el servicio de los platos (hubo una hamburguesa
que tardó una eternidad en aparecer), así como la climatización del local (casi
se nos corta la digestión del frío que hacía).
La comida transcurrió
entre bromas y veras. Entre el caracol que derrapa en las curvas y el puzzle de
los Korn-Flakes. Las caras denunciaban la alegría generalizada y la
satisfacción sobre cómo iba transcurriendo el día.
Después de comer, una
vuelta por el Toledo de Hércules, el artesano Juanelo y su autómata “Hombre de
Palo”, la calle del Comercio (¿Por qué en todas las ciudades turísticas ha de haber
una calle como esta, abarrotada de turistas y de tiendas cutres de souvenirs?),
Zocodover, la bajada de del Miradero. La amarga despedida, cada a uno a su
coche, y a casita.
No querría cerrar esta
crónica sin dar mi más sincero agradecimiento al grupo que me acompañó en esta
excursión. Por prestar tanta atención a mis ocurrencias y por dejarme compartir
con ellos lo poco que conozco de esta ciudad que me acogió y me ayudó a crecer
hasta los 16 años, momento en el que partí a recorrer el mundo y que finalmente ha dado con mis
huesos muy lejos de la misma.
No me atrevería a
decir todo lo que aprendimos en este
viaje, pero sí me gustaría citar dos cosas. La primera es sobre el damasquino,
aunque las muestras que vimos tampoco son muy representativas del damasquino
auténtico, creo que más o menos se comprendió en qué consistía. Me pregunto si
aún existen maestros en el arte del damasquino.
La segunda, y con todo mi
cariño, es que, aparte del gran Rodrigo Díaz de Vivar, personaje al que todos
admiramos, hubo otro Rodrigo, uno de los últimos reyes visigodos, con domicilio
en Toledo y que gracias a su torpeza se propició la toma de España por los
árabes. Total, solo se quedaron con nosotros unos ocho siglos.
Ahora sí que despido. Toledo
da para más de una visita, no me cabe duda de que haremos otro viaje para
completar lo que hemos visto y oído en esta ciudad.
Carletto Oct'12
Lista de leyendas descritas en esta excursión
1.
Los judíos y
el Cristo de la Luz
2.
Alfonso VI y
el Cristo de la Luz
3.
Alfileritos y
el amor
4.
Las Tres
fechas (Bécquer)
5.
El Duelo
(Bécquer)
6.
El Beso de
Honor
7.
El palacio de
Hércules y el paño bordado
8.
La Cueva de
Hércules
Un fragmento de Bécquer
¿Vuelve
el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.
(final
de Rima LXXIII- Cerraron sus ojos)
Ay, hijo cuantos recuerdos de cuando era muy joven, de los sitios que has visto.
ResponderEliminarLa verdad es que leyendas no me acuerdo. En eso tu me ganas.
Toledo es precioso.