La historia que os voy a
contar sucedió...¿Cuándo? No lo recuerdo con exactitud, pero no habrán pasado sino unos pocos años. Fué en un viaje que hice mitad por placer, mitad por negocios. No me he atrevido a contarla hasta ahora
porque me impactó en tan gran manera que necesitaba tiempo para intentar
comprenderla, pero ni con el paso de los años encuentro explicación a lo que viví. Habiendo
desistido en el empeño de su comprensión, la comparto ahora con todos
vosotros.
La empresa de
importaciones dentales que yo regento con mi amigo y socio Ramón, iba viento en
popa y no requería de mi atención durante algunos días. La primavera acababa de comenzar, y Europa me estaba llamando a gritos. Me decidí por una ciudad de
tamaño medio, pero que sabía que tenía un encanto especial. Ya había estado en ella
otras veces y en cada viaje había tenido la suerte de encontrar nuevas
maravillas escondidas por sus callejuelas intrincadas. No digo el nombre
porque, curiosamente, aún no ha sido descubierta por los tour-operadores, de
modo que son pocos los extranjeros que, aún hoy, recalan en ella. Eso propicia
que se mantenga la amabilidad natural de sus gentes, su hospitalidad y los
precios razonables de sus hoteles y restaurantes.
Esa mañana me encontraba dando un
paseo por la calle principal. El día era frío pero no había ninguna nube, y el
sol daba luz y color a cada rincón de la ciudad. Si conocéis algo Centroeuropa,
sabréis que cualquier día soleado es ideal para encontrar decenas de artistas
que, con más o menos fortuna, se dedican a mostrar su arte en plena calle, a cambio
de sólo unas monedas.
En mi corto trayecto por
la calle Real me había topado con malabaristas, guitarristas, saxofonistas y
varios grupos étnicos. De repente, en una esquina algo llamó mi atención por
lo inusual del aspecto de la persona que se estaba instalando en un poyete de
la fachada de un edificio de estilo neoclásico.
Poco a poco fue atrayendo a decenas de personas de todas las edades,
desde niños a gente adulta, entre los que yo me encontraba. En menos que canta un gallo formamos un corro en torno a él, expectantes y atentos al más leve de sus movimientos.
No llevaba ningún
instrumento, por lo que no parecía que nos fuera a alegrar la mañana con su
música, parecía, más bien, esperar el momento idóneo para comenzar a contar su historia.
Si queréis saber lo que
nos contó, habréis de esperar a la siguiente parte de mi cuento :-)
Continuará!
Carletto
No hay comentarios:
Publicar un comentario