Esta entrada continua el relato del "Buhonero". Habíamos dejado a nuestro turista, flamante empresario en importanciones dentales con un grupo de gente, todos dispuestos a oir a un extraño personaje.
Recomiendo que antes de leer este segundo capítulo se lea el pirmero, de esta forma se comprenderá mejor la trama.
Así empieza...
El día que acababa de
comenzar parecía no tener nada de especial, salvo que después de muchas semanas de lluvia el sol empezaba a
calentar la rugosa faz de la ciudad con sus primeros rayos de primavera.
Nuestro hombre se
levantaba cada mañana con las primeras luces permaneciendo despierto hasta
bien entrada la noche. No sabía la razón, de hecho nunca se lo había planteado,
pero su naturaleza hacía que no necesitara sino unas pocas horas de sueño. Quizás se
debiera al ritmo de vida que llevaba, siempre en plan nómada, de un sitio para
otro y sin rumbo fijo. Solamente en invierno, cuando las carreteras y
caminos se helaban, dejaba de trotar de un lado para otro y permanecía unos meses
al abrigo de un techo y con un buen fuego donde calentarse.
Otra razón de peso podía
ser su alimentación. Era de natural vegetariano, pero esto quizás fuera por
accidente. Sus largos recorridos por los campos le habían proporcionado un
conocimiento de las hierbas y de los frutos silvestres, fuente importante de su
dieta. La dieta convencional de occidente basada en comidas preparadas, platos precocinados, botes y latas de todo tipo y, por supuesto,
con exceso de proteínas no estaban hechas para él por varias razones, una
porque no podía permitírselo debido al reducido presupuesto del que disponía y otra porque creía firmemente que había que
volver a un tipo de alimentación más natural.
El hecho es que era
esbelto y flexible como junco, delgado y fuerte como clavo y aunque a primera
vista engañaban su pelo y su barba largos y blancos, su piel no había perdido
su lozanía y, sin ser joven, aún le quedaban algunos años para entrar en la
parte más achacosa de la vida. A decir verdad, su aspecto era imponente, podía
medir cerca de dos metros, aumentados por un curioso sombrero que le asemejaban
a un antiguo mago. Su atuendo se completaba con un sayal blanco y con una especie
de capa que le cubría casi por completo. Completaba este ajuar un inmenso palo
que usaba a modo de cayado. Sólo una vez tuvo que usarlo para su defensa, pero normalmente sólo lo usaba como apoyo y ayuda en sus lagas caminatas.
Sus ojos eran de un azul
intenso, sus cejas, muy pobladas y
grises formaban dos arcos que ayudaban enormemente a su irrestible mirada de acero. Nariz aguileña,
labios finos y orejas invisibles bajo su pelo completaban el rostro de este
curioso personaje.
Cuando esa mañana se despertó y vio el sol radiante en el horizonte, su corazón se llenó de júbilo,
después de tantos días de lluvia quizás podría realizar su trabajo, que no era otro
sino el de contar historias. Era un auténtico maestro en el arte de la
narración, sabía cientos cuentos, de tal suerte que podía estar un año entero
sin repetir ninguno, o al menos de ello se jactaba. Sin lugar a dudas, tenía dotes
para manejar un auditorio más o menos extenso. Estaba atento a cualquier signo
que delatara que se estaba equivocando o que no lo estaba haciendo bien. Sabía
manejar las emociones de las personas que le escuchaban, no importaba su edad,
él conocía los resortes que mueven el corazón humano. A veces era tan simple
como el observar si el auditorio estaba quieto y expectante o por el contrario
los de las últimas filas iban despareciendo poco a poco. Entonces daba una
doble pirueta en el relato de los hechos y, como por arte de magia, el público
se embelesaba con lo que estaba diciendo.
Debía de dosificar bien
la intriga, la emoción, el romanticismo,
las disputas entre clanes, de modo que el relato no se hiciera ni pesado ni repetitivo.
Además no podía invertir mucho tiempo, pues el frío suelo no era el mejor lugar
para estar mucho rato, y peor aún si se le estaba escuchando a pie quieto. Pero llevaba haciendo esto desde hacía años y
sabía hacerlo a la perfección.
Puede que la gente
pensara que vivía de la limosna pero para él, significaba un trabajo en toda
regla. Contaba alguno de sus cuentos a la gente que tenía la amabilidad y el
tiempo de escucharlos y luego recibía una pequeña retribución, totalmente
voluntaria, de su público. En un buen día de verano podía obtener unos doscientos euros, cantidad que le
permitía vivir holgadamente durante bastantes días e incluso guardar algo para
las largas noches de invierno. Como se ha dicho, su alimentación era casi en su
totalidad natural y en gran medida gratuita, y para dormir sólo necesitaba un
techo y un camastro donde pasar las noches, la mar de las veces en cabañas o
establos que, los lugareños que le conocían, le proporcionaban de buen grado. Parece
increíble pero creedme, aún y ahora es posible mantener este tipo de vida.
Ese día hizo sus
abluciones en el abrevadero de la granja donde pernoctaba y se dispuso a ir a uña de caballo al centro de la
ciudad para situarse en el sitio idóneo para que sus relatos resultaran, si
cabe, aún más espectaculares. Este no era otro que debajo de un arco cerca de
la gran plaza, la sonoridad del sitio hacía que no pocos músicos lo buscaran
para dar sus recitales callejeros, pero nuestro personaje sabía cómo adelantarse
a estos, llamémosles, competidores. Debajo
de este arco su voz sería estruendosa si se requería o bien dulce y sugestiva
cuando fuera menester.
A pesar de su aspecto y
porte, casi pasaba inadvertido, se mimetizaba de tal forma con el ambiente que
no era fácil percatarse de su presencia salvo que él así lo quisiera. Simplemente
bastaba con que levantara su mirada para que no pocos viandantes notaran su
llamada muda y se acercaran para oír sus cuitas.
No estaba seguro de si
debía hacerlo pues hacía no pocos años que no lo contaba, pero algo le decía que había
llegado el momento de narrar el cuento del “Buhonero”. Era un bonito relato y,
con el público adecuado podía sacar una notable cantidad de dinero. Quería
cambiar de ciudad, incluso de país, y este era el momento propicio para completar
los ahorros que había guardado con tanto sigilo durante meses.
Poco a poco el círculo se
había cerrado delante de él. Los rostros expectantes y ansiodos le pedían que comenzara ya su actuación. Sin embargo, nuestro personaje tenía la mirada perdida. Al fijarla observó entre la multitud a un ciudadano que, con cámara de fotos al hombro y un atuendo que delataba su
condición de extranjero, se había acercado al grupo hacía poco. No era el primer
turista que le había llamado la atención, pero este tenía algo especial. Quizás su mirada, su edad, la ambición que se le adivinaba en su cara... ¡Ya veremos! dijo para sí.
Había llegado el momento. Se levantó por sorpresa,
alzó su voz grave y profunda y comenzó diciendo:
Continuará
Carletto
No hay comentarios:
Publicar un comentario