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martes, 9 de julio de 2013

La pelota de goma

Este artículo podría clasificarse tanto bajo la etiqueta de "Reflexiones" como bajo la de "Recuerdos". Elijo esta última por los gratos momentos que me trae a la memoria.

Casi todo el comercio se arremolinaba en torno a una céntrica calle de la ciudad. Quitando los pequeños negocios familiares donde se vendían todo tipo de productos alimenticios y que estaban diseminados por los distintos barrios, el resto se encontraba en ella. Allí se podían encontrar las dos únicas papelerías/librerías de la ciudad, que estaban curiosamente situadas una enfrente de la otra, diversas tiendas de confección con la moda de la más rabiosa actualidad, una juguetería con los últimos inventos creados para los niños, un estanco,  una tienda que vendía pequeños discos de vinilo, llamados "singles" junto con el famoso pick-up (elemento indispensable en los guateques de aquella época), algún bar, una joyería y, por supuesto, una o dos tiendas que vendían productos artesanales.



Si vemos ahora esta calle, los viejos establecimientos han desaparecido. Ahora en cada portal hay una tienda de souvenirs con productos de dudosa calidad, y fabricados no se sabe donde, claro que los viejos y auténticos artesanos se han hecho mayores y ya no están.

Dentro de este enjambre de tiendas había una muy, pero que muy, pequeña que vendía un poco de todo. Su frente no tendría más de dos metros, y se disputaban este espacio la puerta de entrada y un pequeño escaparate. Al entrar veías un mínimo mostrador, algunos anaqueles a izquierda y derecha y una cortina al fondo. Nunca sabré qué escondía dicha cortina pero dudo que la trastienda guardara algo de interés más allá de lo que se exhibía en el escaparate y en los estantes antes mencionados. El negocio estaba regentado por una persona de mediana edad, entonces me parecía viejísimo, pero dudo de que tuviera más de los años que tengo yo ahora al escribir estas líneas.

El caso es que el escaparate guardaba un tesoro, al menos así lo consideraba yo, pues muchos de mis amigos y compañeros lo tenían y eso me causaba cierta envidia. Quizás os extrañe, pero me estoy refiriendo a una pequeña pelota de goma de no más de tres cm. de diámetro, de un solo color, beige, y con un dibujo geométrico en su superficie, supongo que fruto del troquel con que se fabricaban dichas pelotas. Había de diferentes calidades, algunas tenían la goma tan delgada que apenas botaban y se pinchaban fácilmente. Mi objeto de deseo no podía ser así, me la imaginaba de la mejor calidad, aunque no podía estar seguro, pues la veía únicamente a través del cristal.

Era tal mi deseo de hacerme con ella que me propuse comprarla, claro que no era fácil debido a su precio. Ahora parecerá una broma debido a las cantidades que voy a a decir, pero os aseguro que era una proeza para un niño, como yo lo era por aquel entonces. Mi paga semanal era de cincuenta céntimos (de peseta) y la pelota costaba tres pesetas y media. Eso significaba siete veces mi paga semanal, es decir, tendría que ahorrar durante unos dos meses. Claro que, mientras tanto, debía de afrontar mis gastos semanales, es decir, chuches, algún tebeo etc. etc. Como he dicho la empresa no se presentaba nada fácil.

En ese momento descubrí dos cosas, la primera fue que conseguir algo, cuesta, y la segunda que a veces (yo diría que siempre), es necesario planificar el futuro para aspirar a tener la más mínima esperanza de éxito. Pues bien, me puse manos a la obra, diseñé mi primer plan de ahorro y concluí que en unos seis meses podría adquirir la pelota. No había riesgo de quedarme sin ella, pues entonces el comercio no era como ahora, y un artículo podía estar años en una tienda sin que hubiera que deshacerse del stock, sin que pasara de moda y sin que se vendiera.

El hecho fue que, después de muchos sacrificios, mucha ilusión y algún mes más del los que me había propuesto, pude juntar las tres pesetas y media que seguía costando la pelota. Y todo ello sin el conocimiento de mis padres, pues no se por qué razón, yo pensaba que no iban a aprobar tal gasto en semejante objeto.

Fui a la tienda, compré la pelota y salí más contento que unas castañuelas, pero a los pocos momentos, amigos míos, me descubrí a mi mismo con una cierta sensación de vacío. Mi anhelo de los últimos ocho meses había desaparecido. Aún siendo la satisfacción muy grande por haber conseguido el objetivo, fue tan efímero, que casi se consumió en el hecho de la compra. No se podía comparar con la ilusión y la esperanza que había tenido día a día durante los últimos meses. Ese sentimiento había convivido conmigo durante mucho tiempo y, en cierta medida, me había procurado ánimos para afrontar el resto de mis actividades.

Si busco una comparación podría ser como cuando se corre un maratón. Me imagino que llegar a la meta es increíble, pero quizás lo sean más todas las horas que se han dedicado a prepararse y, por supuesto, las invertidas en la prueba misma. Por poner otro ejemplo, algo muy parecido se debe sentir cuando afrontas la subida de una montaña o, por qué no, la de alguna de sus paredes heladas. Me consta que hay gente que no entiende el acto de coronar una cima, pues casi inmediatamente se ha de bajar, pero os aseguro que es una sensación inenarrable, tanto la consecución, como todo lo que conlleva llevarlo a cabo.

Desde entonces no he dejado de ponerme objetivos y trabajar para conseguirlos y espero poder seguir haciéndolo durante mucho tiempo.

Carletto

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