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lunes, 15 de julio de 2013

El buhonero (Capítulo 3)

Hemos llegado al momento culminante, en escena tenemos a nuestro turista accidental experto en importaciones dentales y a nuestro mago que parece salido de un cuento de hadas. Éste se dispone a contarnos una historia, momento en el que comienza el capítulo de hoy. Si no has leído los dos anteriores, te recomiendo hacerlo, los puedes encontrar bajo la etiqueta de "Relatos".





He aquí lo que nos contó el mago:

Nuestra historia se desarrolla en los tiempos en los que había reyes y reinas, caballeros y damas, juglares y trovadores, gremios y pícaros y también mucha gente humilde que luchaba cada día para encontrar algo que llevarse a la boca.

Había en la corte un agraciado mancebo, favorito de la reina y que tenía embelesadas a todas las cortesanas, ya fueran casadas o solteras. Era alto, moreno, de ojos grandes y cautivadores, de natural locuaz y con un particular gracejo en el hablar que le hacía ser el foco de atención en todas las fiestas de palacio. Sin embargo,  no gozaba del agrado del  rey, pues éste recelaba de su comportamiento, especialmente de la relación que tenía con la reina, de modo que, pidiendo consejo a su mentor, encontró la solución a su problema, casi por casualidad, una tarde mientras paseaba por los jardines de palacio. Con la excusa de enviar un mensaje al monarca de un país vecino con el que mantenía una buena relación,  eligió a nuestro doncel, que atendía al nombre de Calixto, para llevar a cabo la misión,  recalcándole que debía de esperar instrucciones  una vez que el monarca hubiera leído la carta. El contenido de la misma no podía ser más explícito, pues le venía a pedir amablemente al rey vecino que entretuviera a Calixto con cualquier excusa durante todo el tiempo que le fuera posible. A cambio le ofrecía una alianza entre sus reinos contra enemigos comunes.

Así fue como Calixto, con gran pesar por parte de la reina y de sus pupilas,  emprendió viaje hacia el norte, montado sobre un corcel, negro como el azabache, que había tomado prestado de las cuadras del rey, y con no más equipaje que una muda, su espada y unas pocas monedas que le había proporcionado el tesorero del rey para los gastos del viaje. Nunca había salido de la corte por lo que no podía asegurarlo,  pero había calculado casi un mes en llegar a su destino, lo que no era un problema pues el mensaje no era urgente. Bien es verdad que el camino no estaba exento de riesgos, pero con su astucia lograría superarlos o, al menos, así lo creía Calixto.

Llevaba el mago unos diez minutos hablando cuando miró en derredor suyo y vio con deleite que su público no sólo no había descendido sino que, por el contrario, su audiencia había aumentado. El turista aún seguía allí, cosa que le agradó sobremanera, pues había puesto muchas esperanzas en dicha persona.

Volvió a mirar a la gente que estaba esperando con ansia la continuación del relato, pero nuestro mago sabía que debía de guardar los tiempos y la tensión del cuento, sin precipitarse.  De otro modo lo habría echado todo a perder. Dio un sorbo de agua de la calabaza que llevaba oculta bajo la capa para aclararse la voz y continuó:

Llevaba Calixto dos jornadas de viaje cuando en un recodo del camino divisó a lo lejos un gran carro tirado por dos grandes mulos. En el pescante se encontraba un buhonero que con talante cansino animaba a los animales a tirar de tan pesada carga. Nuestro joven amigo iba bastante más ligero, por lo que pronto dio alcance al buhonero y a su carro.

El buhonero tenía un aspecto desaliñado, cabello negro y revuelto, nariz panzuda, grandes orejas y el ojo izquierdo que bizqueaba un poco cuando miraba de cerca. Tenía la barba sin arreglar de modo que todo el conjunto hacía que pareciera más un mendigo que un mercachifle. Calixto no podía ver lo que contenía el carro pues estaba completamente cerrado por los cuatro costados, con una especie de puerta en la parte posterior. Sin embargo, fuera del carro y colgados de mil ganchos había todo tipo de objetos, desde un cedazo hasta una azada, desde una campana hasta un laúd. Pensó Calixto que si esto era lo que veía a simple vista, a saber cuánto más se escondía entre aquellas cuatro paredes de madera. Era fácil deducir que nuestro buhonero comerciaba con todo tipo de mercancías, sin importar su procedencia ni su valor, con tal de que se pudieran sacar algunas monedas con su venta o trueque.

Calixto entabló conversación con el buhonero que se llamaba Goliath, curioso nombre, pensó nuestro doncel,  para una persona que no mediría más de metro y medio. El trato fue afable y cordial y hablando y hablando cayeron en la cuenta que ambos llevaban el mismo camino, por lo que pronto se pusieron  de acuerdo para compartir senda y aventuras, al menos hasta que se tuvieran que separar. Calixto procuraría protección a Goliath y éste le haría compañía y le contaría alguna de las mil y una historias que había aprendido a lo largo de su vida como buhonero.

Cada día suponía un nuevo reto para nuestros nuevos amigos, pues cuánto más al norte, más arreciaba el viento, la lluvia y el frío. Al atardecer buscaban abrigo en algún pequeño rincón donde encender una pequeña hoguera, reponer fuerzas con lo que cocinaba Goliath y gozar, en lo que cabe, de un plácido y reparador sueño.

La primera noche, y en el rato que media entre la cena y el sueño, Calixto observó como el buhonero iba hacia el carro, abría la puerta para acceder al interior del mismo, se dirigía hacia una especie de pequeño baúl y extraía un collar que,  sin ningún tipo de desconfianza, lo cogía y lo exhibía delante de él. Nuestro mancebo reparó en el collar rápidamente. No se podía decir que fuera una joya pues constaba de una cuerda negra que hacía de soporte y engarce  de diez piedras blancas, sin poderse decir con exactitud si eran  de marfil o de algún otro material.  Cada una tendría un tamaño de no más de cuatro centímetros y en una de sus caras había unas curiosas inscripciones, cada una diferente de la otra. Puede que fueran runas, pero Calixto no acertaba a verlo con claridad. Podría decirse que era una especie de burdo rosario de una religión pagana. Goliath no lo escondía en ningún momento, tan solo lo manoseaba una y mil veces hasta que empezaba a contar a Calixto una de sus historias.

El mago volvió a hacer un receso sólo para decir que el buhonero cada noche le contaba al doncel una historia diferente, por ejemplo la de “Las criaturas del claustro” o la de “Los monjes paganos” y tantas y tantas otras. Y dirigiéndose a su audiencia dijo: “Si venís mañana, quizás os cuente alguna de ellas, pero hoy hemos de volver a nuestro cuento”. Y entornando los ojos prosiguió:

La operación de ir a por el collar y manosearlo una y otra vez se repetía cada noche. El buhonero parecía entrar en trance cuando contaba sus historias y Calixto no podía dejar de mirar el collar. Más que la historia, nuestro joven amigo esperaba la noche para poder admirar nuevamente el collar, sus dibujos, su forma, los destellos que emitía al reflejar la luz de la hoguera. Cada noche sentía crecer el deseo en su corazón, un deseo que nunca antes había sentido. ¡El collar sería suyo costara lo que costase!

Una noche se armó de valor y antes de que Goliath empezara con el cuento, le preguntó si el collar y sus inscripciones tenían algún significado y si había alguna historia asociada al mismo;, si era así, le mostró su deseo de conocerla.

Goliath al principio se mostró perplejo y enigmático y tan solo dijo “Este objeto guarda un gran secreto, y aquél que lo posea será dueño del tiempo”.

A lo que Calixto respondió, “Pues si ahora es tuyo, ¿Eres, por fortuna, el dueño del tiempo?”.

Sin hacer mucho caso, Goliath fue a sentarse a su lugar habitual al lado del fuego y empezó sin más dilación otra de sus historias. Calixto no podía creer lo que le había dicho el buhonero, el dueño del tiempo, pensó, ¡Qué maravilla poder poseer tal don!

Día a día su deseo fue creciendo sin cesar, de tal forma que se transformó en obsesión y no pensaba en otra cosa sino en cómo hacerse con el collar, aún y a pesar de que Goliath ahora parecía incómodo cada vez que Calixto se quedaba absorto mirando las piedras blancas.

Y así fue, una noche de luna llena en la que el buhonero estaba especialmente cansado, Calixto permaneció en vigilia hasta que estuvo seguro de que Goliath estaba profundamente dormido. En ese momento, se levantó a hurtadillas y con gran sigilo se dirigió al carro, abrió el portón, tomó el pequeño baúl en sus brazos y se adentró en el bosque. Cuando se creyó seguro, y con el corazón latiéndole con fuerza, extendió las manos, quitó el pasador  y… ¡Lo abrió!

En el baúl sólo había dos cosas, el collar que tantas noches había admirado en manos del buhonero y un  pergamino amarillento con estas palabras escritas:

“Ay de aquél que abra este baúl y se apodere del collar,  pues comprobará que el tiempo ya no tiene ningún significado para él. Pasarán los años y seguirá como el día en que se convirtió en su dueño.Hasta que lo aborrezca.



Deberá vagar de pueblo en pueblo y de reino en reino, bajo la forma de un buhonero.

Para romper esta maldición sólo hay una forma: Encontrar a una persona que desee tanto el collar que no vacile en robarlo para sí”.

Dicho esto, se produjo un gran estruendo seguido de  un resplandor que dejaron ciego y sordo a Calixto, y luego cayó en un profundo sopor. Cuando despertó se encontraba junto al carro, era de día y no había ni rastro del buhonero. Las mulas pastaban tranquilas y nada parecía delatar lo que había sucedido la noche anterior. Cogió un cubo y fue al río  a por agua, se inclinó y dio un grito de sorpresa y de dolor. Reflejada en las aguas no estaba su imagen de bello doncel sino la del buhonero que había caminado junto a él durante los últimos días.

Al llegar a este punto, el mago salió de su trance, levantó su mirada y nos dijo: “Esta es la historia de Calixto y Goliath el buhonero” La codicia de Calixto le valió la vida eterna, pero sigue vagando por el mundo como un mísero buhonero y sin más compañía que los pájaros y las alimañas. ¿Mereció la pena? No sé la respuesta, pero hay una cosa que sí os puedo decir:

“Cuidado con lo que se desea, porque podría hacerse realidad”

En esto, nuestro turista levantó la voz y le espetó al mago: “Eso no son más que patrañas de viejo. ¿Cómo podemos saber que no mientes?”

Entonces la cara de nuestro mago se volvió melancólica y triste, sus ojos se llenaron de vivencias pasadas, de caminos interminables, de caras borrosas, de amores no concluidos y de soledad, y dijo: “Porque durante muchos, muchísimos años yo fui el buhonero”

La gente sobrecogida y en silencio se levantó y se perdió por entre las calles de la ciudad. Nuestro mago, recogió sus cosas y se dispuso a regresar al establo que le daba cobijo y… ¿Qué hizo nuestro turista?

Intrigado por el mago se propuso seguirle, pero esa, amigos míos, es otra historia…

Fin del cuento del Buhonero
Carletto



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